Eros, reptil concupiscente



«Muerta, yacerás, y de ti ya no habrá nunca más recuerdo ni añoranza en el futuro; no tienes parte ya en las rosas de Pieria; más bien, desconocida en la mansión de Hades revolotearás aquí y allá en medio de cadáveres sombríos.»

Se dice, y también se cree popularmente, que los poetas poseen un vínculo con lo sagrado. Es a través del furor, decía Platón, de un estado de trance, como los poetas entran en comunicación con lo ininteligible. 'Un arrebato' lleva el alma de los aedos hasta el último límite del Topus Uranus y desde ahí, en plena apoteosis, son dictados los versos que han de cantar a los mortales a su retorno a esta tierra. Innumerables fueron los cantores griegos que experimentaron este trance divino, pero particularmente interesa para estas líneas un caso en particular, el de Safo de Mitilene, poetisa que además de ser la autora de los versos con los que hemos iniciado, es la única figura femenina que no ha podido ser borrada de la historia de la lírica clásica.

Safo vivió los más de sus días en Mitilene, isla también conocida como Lesbos, cercana al Asia menor. Reconocida como la 'Décima musa' por Platón (distinción que también recibiera nuestra máxima figura de las letras mexicanas: sor Juana Inés de la Cruz), Safo destacó en la literatura por poseer una voz lírica centrada en el erotismo y la contemplación de la naturaleza. En Lesbos, su isla patria, fundó la “Casa de las servidoras de las musas”, especie de escuela donde las señoritas acudían por una doble causa: aprender los dotes que debían poseer cuando fueran esposas y dejarse seducir por la belleza física y lírica de la oriunda de Mitilene; desde sus contemporáneos, Safo ya era conocida por hacer de sus discípulas, amantes.

«Otra vez Eros, que desmadeja miembros, me estremece, dulciamargo, reptil inexpurgable… Eros ha estremecido mis entrañas cual viento que por monte abate encinas».

La percepción que Safo de Eros tiene muestra una concepción del amor que podríamos imaginar maniqueista. Por un lado existe el deseo, Eros, que en la poetisa enciende al objeto anhelado; por el otro está la presencia del dolor que ese objeto provoca. El amor es una entrega voluntaria a la muerte; Eros es el reptil dulciamargo que desmadeja miembros, es una tortura aceptada e incontrolable, pues erige un calor que arde en las entrañas mismas. ¿Quién no ha sentido este amor que todo aniquila y que desde el siglo VII a. C. ya era tema para los versos de Safo?

Safo es la poeta del amor en todas sus manifestaciones, no es casualidad que el único poema casi completo que nos ha llegado sea precisamente una invocación de la diosa del placer, Afrodita. En Safo está el arquetipo del fruto prohibido mediante el cual se alcanza la libertad:

«Cual dulce manzana que enrojece en alta rama, arriba, en lo más alto, dejada en el olvido por los recolectores; pero no es que la olviden, es que no pueden alcanzarla». ¿A qué se refiere este fruto inalcanzable para la hedionda turba? Podrían darse aquí tres explicaciones. La primera, y como se mencionó anteriormente, esta manzana es la de la Belleza ulterior, aquella que puso en una encrucijada a Paris cuando fue obligado a entregar el fruto a una de las tres diosas. Paris rechazó la sabiduría de Atenea, tampoco se dejó seducir por el gobierno de los hombres ofrecido por Hera, él, joven y enamorado, eligió a Afrodita como la más bella de todas y a cambio consiguió a Helena como su esposa.

La segunda posibilidad de ser para este fruto inalcanzable del poema de Safo es la de su semejanza con el fruto adánico conquistado por Eva en perjuicio de la pareja primigenia. Su castigo fue haber sido desterrados del Paraíso en el que, como autómatas, vivían, mas su triunfo fue haber conquistado la Ciencia (en el sentido de Conocimiento) y su libertad. Parirán sus hijos con dolor y comerán con el sudor de su frente fue la sentencia funesta, sin embargo, la vida por primera vez era suya y el paraíso en donde quiera que su amor floreciera.

La tercera figura que reviste al fruto del poema de Safo es la misma de los versos mencionados casi al inicio de estas ideas. El fruto es el dulciamargo reptil llamado Eros y que se ha metamorfoseado para engañar a los incautos que lo tomen. En este sentido, no hay mucha diferencia entre la primera interpretación del fruto (Afrodita) y la tercera (Eros), representaciones sagradas del amor y de la concupiscencia. Afrodita es madre de Eros, ella es la belleza y él es el deseo, y cuando se juntan en una relación incestuosa generan a la pasión ingobernable que nubla las mentes humanas, haciéndolas caer en la misma trampa en donde la serpiente que se aventajó de Eva y Adán, los devora ahora a ellos bajo la forma de un reptil concupiscente.


Miguel Ángel Martínez Barradas


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