De oráculos y poetisas



«La raíz de todos los pecados es la codicia desordenada de alcanzar algunos bienes en este mundo, o de librarse de algunos peligros, o males de él... Y viendo que la ayuda no les viene de Dios, buscan socorro y ayuda de los malos ángeles que son los diablos, porque ellos están muy prestos para cumplir los malos deseos de los hombres».

     Pedro Ciruelo fue un teólogo español que publicó su "Reprobación de supersticiones y hechicerías" en el año 1538. Su tratado, descrito en su primera página como 'muy útil y necesario a todos los buenos cristianos celosos de su salvación', está dividido en tres partes: 'La primera habla en general de todas las vanas supersticiones y hechicerías'; la segunda 'trata de la nigromancia y de las otras artes adivinatorias'; la última 'habla de las hechicerías que se ordenan para alcanzar algunos bienes, o para librarse de algunos males'.

     De la variedad de artes adivinatorias que Ciruelo enuncia, la astrología –¿astromancia?– ocupa un lugar importante; es posible contar en milenios el tiempo que el hombre ha pretendido descifrar su destino en el cielo, interpretación cósmica que en un inicio correspondió a sacerdotes e iniciados y, posteriormente, a nigromantes y poetas. Las estrellas fijas y las móviles, así como el sol, la luna y el zodíaco, fueron las herramientas que el mago extendió sobre la mesa de la noche para interpretar los destinos individuales.

     Muchas y muy diferentes han sido las mancias que los ocultistas han forzado para torcer los caminos de dios. Amuletos, conjuros y hasta cadáveres son los más referidos en los libros especializados, sin embargo, existe otro tipo de arte adivinatorio que pocas veces es tomado como tal: la literatura.

     Casi 400 años después de la aparición del tratado de supersticiones y hechicerías de Ciruelo, en las prensas mexicanas comenzó a circular un libelo que vino a animar las reuniones de los más acomodados a pesar de ir en contra de todo lo que el teólogo condenaba, dicha obra es "El oráculo de los preguntones". Publicado en 1894, el texto fue 'atribuido a la célebre monja mexicana sor Juana Inés de la Cruz', lo que pudo haber significado un best seller. Este oráculo es, como la portada dice, un 'juego de veinticuatro preguntas y doce respuestas para cada pregunta puestas en verso para diversión de las tertulias'. Cada una de las preguntas del oráculo está asignada a un cuerpo celeste y la manera de consultar al destino es mediante un golpe de dados en cuyo número se esconde el devenir del hombre. Así, por ejemplo, a la pregunta de '¿Si llegaré a ser rico?' le corresponde el signo Libra y es en los versos que le han sido colocados, más el número de los dados, donde nuestro deseo podría ser satisfecho.

     La literatura como arte adivinatorio está manifiesta en el "Oráculo de los preguntones" cuya esencia, la poesía, vuelve a ser la herramienta profética de la antigüedad que descifra astros y zodiacos para determinar la suerte del individuo. Dinero, amor y salud (en ese orden) representan la trinidad del pecador que Ciruelo refiere en sus páginas y, además, son los temas que al hombre moderno continúan afligiendo en cada uno de sus días.

     Vivimos en una cultura de la superstición donde la literatura continúa siendo el artífice del mago. Todos los días los medios de comunicación perpetúan esta angustia que el hombre siente frente a lo desconocido, basta con revisar la sección de espectáculos de los diarios para encontrar el horóscopo y el destino que para hoy las estrellas han escrito y es que, diría Pedro Ciruelo, «la respuesta es que el diablo algunas cosas sabe de cierto, y otras por conjeturas y no de cierto».

     Cuando Jesús agonizaba en la cruz, a sus pies se tiraban dados. El oráculo hecho carne predijo su muerte y la suerte de los romanos que jugaban, el número de esos dados que todavía hoy ruedan sin dejarnos saber el número que esconden.

Miguel Martínez Barradas


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