El Lirio de Puebla
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El virreinato impulsó en México una evangelización híbrida, pues al tiempo que mantenía las supersticiones del Medioevo, se mezclaba con los ídolos mesoamericanos que mutaban de forma, pero mantenían su contenido. Apariciones demoniacas, milagros y estados extáticos obligaron a la iglesia a aumentar el número de conventos para poder cumplir con su misión de "salvación". Innumerables casos de monjas tocadas por dios se dieron en Europa y América, distinguiendo dos categorías: las alumbradas (histriónicas) y las iluminadas (milagrosas).
María de Jesús de Tomelín y del Campo nació en Puebla durante la segunda mitad del siglo XVII. Perteneció a una familia adinerada y desde niña se enamoró de Cristo. A sus seis años imitó a san Juan Bautista al escapar, durante una semana, a una cueva donde predicaba para su hermano menor. Renunció a ser casada por su padre y se salvó de ser muerta por éste a los 18 años, cuando el cuchillo que le había lanzado milagrosamente desvió su rumbo en el aire.
Un año después, en 1598, ingresó al Convento de la Inmaculada Concepción y se dedicó a las penitencias de sangre. Durante su consagración adoptó el nombre de sor María de Jesús. En vida practicó la taumaturgia (hacía milagros) y desarrolló la clarividencia; registros describen que sus compañeras la vieron levitar en más de una vez y en otra ocasión, mientras cantaba, brotaron de su boca las flores más bellas del Paraíso. En vida realizó más de once milagros de sanación, vaticinó su propia muerte, la llegada de Juan de Palafox y aún muerta continuó haciendo prodigios.
Sor María de Jesús ingresó al convento con mentiras. Durante un paseo dijo a su padre que tenía sed, tocó a las puertas del claustro para pedir agua y cuando éste se abrió, entró para nunca salir. El Lirio de Puebla, como sus hermanas la llamaban por su pureza, murió de hidropesía en el exconvento, hoy hotel, de la 7 Poniente 105. En la iglesia anexa, llamada la Purísima Concepción, sus reliquias son resguardadas en una urna que expele olor a flores.
Pareciera que el vaso de agua que bebió sor María en aquella tarde de mayo, acumuló su líquido en la hidropesía de sus últimos soles y se dice que cuando murió continuaba sudando aceites perfumados a lirio.
En aquel vaso de agua, sor María vio en su reflejo la imitación de Cristo y, queriéndola besar, se ahogo en el eco de Narciso.
Miguel Martínez Barradas
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