El corazón de sor Filotea


Inscripción del sepulcro.

«La sangre cubría el cuerpo de la niña enclaustrada. Desde la pared opuesta, un Cristo estufado contemplaba a las dos mujeres: la una, de rodillas y purificada; la otra, de pie y separando amorosamente la carne que había quedado suelta en la faja de acero que la delgada cintura constreñía. "Estamos llamadas a cultivar el ejercicio de la aniquilación", dijo sor Filotea de la Cruz antes de cerrar la celda...»

     El último cuarto del siglo XVII en Puebla no se puede entender sin la figura de sor Filotea de la Cruz, nacida en España en 1637 y llegada a Veracruz en 1673 (ingenioso juego de cifras que la sincronicidad ordena) para rectificar el camino de la iglesia católica en Guadalajara, primero, y en Puebla, hasta el final de sus días. El profundo conocimiento teologal que poseyó fue motivo para que el virrey, fray Payo Enríquez de Rivera, le otorgara poder absoluto en el manejo de la fe de la Ciudad de los Ángeles.

     La catedral de Puebla fue erigida sobre la antigua Cuetlaxcoapan, llamándose así por ser el lugar donde las serpientes se despellejaban. El templo católico rector de esta ciudad fue consagrado por Juan de Palafox en 1649, sin embargo, fue obra de sor Filotea de la Cruz el haber levantado la alta torre secundaria (cuyo campanario continúa vacío), así como ordenado la ornamentación interior, la decoración de la capilla de los Reyes y la estilización de las fachadas. Dos son las capillas emblemáticas que Puebla tiene, ambas hijas del vientre de Sor Filotea: la capilla del Ochavo en la catedral y la capilla del Rosario, en el templo de Santo Domingo, símbolo por excelencia del barroco de la Nueva España cuyo oro entrelazado es reflejo del esplendor de Filotea.

     Ambiciosa y epistolarmente docta, sor Filotea fue admiradora de una de sus contemporáneas: sor Juana Inés de la Cruz, la monja jerónima con quien frecuentemente se escribía y a quien convenció de publicar magistrales textos teologales para refutar algunas ideas de la iglesia a la que pertenecía. La Biblioteca Palafoxiana, nutrida en exceso y en su momento también por Filotea de la Cruz, alberga hoy algunas de estas epístolas que escribiera Inés de la Cruz y que años más tarde serían su ruina y castigo.

     Sor Filotea de la Cruz fue asidua a las jóvenes puras, su candor religioso vestido de hábito y enardecido con un ascético castigo corporal la motivó a fundar numerosos conventos que refugiarían a las señoritas acomodadas y a las mujeres maculadas deseosas de convertirse en esposas de Cristo. El amor que Filotea sentía por san Agustín quedó manifiesto en el hoy ex Convento de Santa Mónica, que lleva por nombre el de la madre del santo de Hipona, fundado el 24 de mayo de 1686.

     Dos fueron los grandes amores de Filotea: la teología y las monjas, o como ella las llamaba "las niñas de mis ojos" y a quienes, preocupada por su devenir, legó toda su fortuna. Sor Filotea de la Cruz murió en la ciudad de Puebla el 1 de febrero de 1699, su verdadero nombre fue Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla que gobernó durante casi treinta años y cuya mayor herencia fue su corazón, trasunto de divinidad y humanidad que hoy es exhibido en el ex Convento de Santa Mónica.

     «...Fernández de Santa Cruz, autonombrado sor Filotea en un travestismo simbólico, se refugia en su celda y separa de su cuerpo el cilicio con el que fervientemente abraza la mortificación; como las antiguas serpientes de Cuetlaxcoapan muda su carne sabiendo que del ofrecimiento de su corazón obtendrá su mayor fineza: el ser eterno en la ausencia del cuerpo.»

Miguel Martínez Barradas

Urna que contiene el corazón de Manuel Fernández de Santacruz

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